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Vida

El nombre real de Sor Juana Inés de la Cruz fue, Juana Inés de Asbaje y Ramírez. Nació en San Miguel Nepantla, en el Estado de México. Su madre, Isabel Ramírez de Santillana, tuvo seis hijos con dos diferentes parejas, Don Pedro Manuel de Asbaje, padre de Juana y Don Diego Ruiz Lozano.

Pedro Ramírez de Santillana, abuelo de Sor Juana, se casó con Doña Beatriz Ramírez Rendón, vivían en el pueblo de Huichapan, perteneciente al Marquesado del Valle, tuvieron una larga descendencia de once hijos, una de ellos; Isabel Ramírez de Santillana, madre de Sor Juana Inés de la Cruz.

Hacia 1635 toda la familia emigrarían a San Miguel Nepantla, a una hacienda de labor llamada “La Celda”, que Don Pedro Ramírez de Santillana arrendaría a los dominicos. Este sería el lugar elegido por el destino para el nacimiento de Juana Inés el 12 de Noviembre de 1648 y la parroquia de Chimalhuacán-Municipio de Ozumba en el Estado de México, llamada parroquia de San Vicente Ferrer, el lugar donde sería bautizada en el año de 1651.

Sobre los libros del abuelo, al parecer hombre lleno de cultura y de recursos ya que su testamento revela que era propietario de tierras, hombre de empresa, culto y con cierta solvencia económica, la niña Juana Inés, tendría su primer acercamiento intelectual, este acontecimiento se daría lugar en la Hacienda de Panoayan situada en Amecameca, que recibió a Juana Inés a la edad de tres años en 1651 y la vio partir a los ocho años en el año de 1656.

Juana heredó de su abuelo el incansable ahínco por el trabajo y sus múltiples capacidades, don Pedro tenía en su biblioteca libros que no eran estrictamente religiosos, mismos que la pequeña Juana leyó, pasando horas de deleite encerrada en aquel su refugio, de la Hacienda de Panoayan.

Quizá en Amecameca, específicamente en la Hacienda de Panoayan, estén los mejores recuerdos de la niñez de Sor juana. La hacienda aún se conserva en pie. Su fachada es clásica del siglo XVII, tiene seis ventanales con herrería de hierro forjado, con un gran zaguán al centro, rematado en la parte superior por un pequeño mirador. A un costado de la entrada dedicada a San Miguel Arcángel, la cual luce desde la distancia su pequeño campanario y la cúpula superior.

En el interior de la hacienda hay un pequeño patio o jardín central cruzado con andadores. Circundan el jardín corredores con sus arcos y pilares. En la parte del fondo hay un zaguán trasero y sobre el pasillo de salida, un gran cuadro con el retrato de la Musa.

(Visita la Hacienda de Panoayan hoy solo “Hacienda Panoaya”, conoce el Museo de Sor Juana Inés de la Cruz)

En medio de este paisaje comenzaría su gran pasión por la lectura, y  aunque en aquella época no era habitual que las mujeres accedieran a la cultura, Juana Inés se reveló como una niña prodigio ya que a muy corta edad aprendió a leer; primero leería las Santas Escrituras y la vida de los santos pues no se permitía la entrada de de libros profanos a las Colonias, pero, después, devoraría los de su abuelo que eran en su mayoría libros de versos españoles.

Aprendería también a escribir junto con “todas la demás habilidades de labores y costuras”, que sabían las mujeres en esa época. Así como su gran gusto por la música.

Juana Inés de Asbaje y Ramírez era muy joven, cuando en 1656 viajó a la Ciudad de México. Ya fuese por la muerte de su abuelo, o por la nueva unión de su madre, por la escasez de recursos en la familia o por sus inquietudes intelectuales, el hecho fue que la niña dejó la Hacienda de Panoayan y, llegó a vivir con su tía, María Ramírez de Santillana, esposa de Don Juan de Mata.

Ninguno de los historiadores ha podido determinar dónde y cómo era la casa de los Mata, en donde vivió Sor Juana en la Ciudad de México. Lo único que se sabe, es lo que ella misma escribe sobre Juan Mata: “el tío Juan había labrado esta casa de su bolsillo, gastando en ella más de seis mil pesos y sobre la cual fundó una capellanía de cuatro mil pesos”.

En el siglo XVII, el siglo de Sor Juana, la capital de la Nueva España ya no era en nada la Gran Tenochtitlán de antes de la Conquista. Sobre el islote ubicado en el centro del lago de Texcoco prevalecía la ciudad reformada como la capital de La Nueva España. Al centro se erguía la Plaza Mayor. Seis calzadas o canales conducían a través del lago hasta la parte principal de la ciudad.

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Entre los nuevos edificios resaltaba el de la recién fundada Universidad de México, establecida definitivamente en el año de 1553, siendo el centro cultural mas importante de la época virreinal.

Sor Juana no pudo acudir a las aulas universitarias, vedadas en su época a las mujeres, pero continuaría saciando su ansia de saber, primero, gracias a los libros de su abuelo y después a los que le proporcionarían sus cultas amistades, la mayoría catedráticos de la Universidad.

Sor Juana estudió latín y en tan solo veinte lecciones lo aprendió con el bachiller Martín de Olivas, a partir de ese momento, se abrió frente a ella un mundo nuevo. La censura sobre los libros profanos escritos en español había sido tan estricta que sus lecturas se habían limitado a libros de historia sagrada, de vida de santos, a tratados de teología y a himnos sagrados. Parece que fue en la casa del abuelo en donde encontró una antología de los poetas clásicos latinos, libro publicado en Lyon, Francia, en 1590, y en sus seiscientas noventa y ocho páginas, encerraba una sección de fragmentos de los trabajos de Virgilio, Ovidio, Séneca y Platón.

Juana Inés de Asbaje y Ramírez era una adolescente cuando, en 1664, entró en el palacio virreinal. Gobernaba la Nueva España el vigésimo quinto virrey Don Antonio Sebastián de Toledo, marqués de Mancera, quien combatió la piratería en las costas mexicanas y apoyó en las obras de construcción de la catedral metropolitana. Ya había oído hablar el virrey de la inteligencia y el talento de Juana de Asbaje, así, que la invitó a vivir en palacio, con el título de “muy querida de la señora virreina”- Doña Leonor Carreto, marquesa de Mancera.

En ese palacio, pasará Sor Juana los años más agitados e intensos de su vida, Fueron sus días mundanos como figura central de la corte virreinal, llenos de éxitos, en donde fue “la niña mimada” por su belleza e ingenio y objeto de asombro y veneración por su inteligencia, memoria y extraordinaria cultura.

La corte virreinal mexicana debió ser parecida a cualquiera de las cortes europeas de la época; una corte activa, animada, alegre, escenario de frívolos pasatiempos, con frecuentes fiestas, conciertos, bailes y representaciones de comedias. No obstante loa anterior, supo conservarse fiel a sus convicciones, modesta y serena, sin que la arrastrara la vanidad. Por eso en la corte, no sólo despertó admiración por su extraordinaria inteligencia, sino que ganó el afecto de cuantos la trataron. La ilustre Juana Inés servía a la frivolidad cortesana con sus versos que a todos halagaban. Era la poetisa oficial de la corte. No había suceso, grande o pequeño, que no reseñase en verso.

La mayoría de los estudiosos de Sor Juana suponen que fue una crisis psicológica lo que la llevó a pensar en el convento. Ella dejó escrito que fue su deseo “vivir sola, no tener ocupación alguna obligatoria que embarazarse la libertad de mi estudio, ni el rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros”.

Sor Juana ingresó primero como novicia en el convento de San José, algunas veces llamado Santa Teresa la Antigua, de Carmelitas Descalzas, el 14 de Agosto de 1667, este convento se había erigido pocos años antes, por lo que aún se encontraba en construcción. Sus condiciones sanitarias eras escasas, además que la disciplina de la orden era muy severa, la joven entró al convento como religiosa del coro, y al no estar acostumbrada a llevar una vida tan austera y al mismo tiempo desempeñar trabajos rudos, enfermó gravemente víctima de tifus exantemático, por lo que abandonó el monasterio el 18 de Noviembre de ese mismo año.

Juana Inés volvió a la corte virreinal, pero su estancia en el palacio sería corta, ya que el 24 de Febrero de 1669, regresaría al monasterio en el cual tomaría los hábitos de forma definitiva, pero esta vez al de San Jerónimo en donde permanecería durante 27 años y se convertiría en Sor Juana Inés de la Cruz. Actualmente el antiguo convento de San Jerónimo es El Claustro de Sor Juana.

En el año 1673 termina su gobierno el marqués de Mancera y decide regresar a España. Doña Leonor, la virreina, se despide de Sor Juana y su despedida es definitiva ya que a los pocos días se enferma gravemente y muere en el camino a Veracruz.

Sor Juana Inés de la Cruz fue archivista y contadora del convento por un período aproximado de nueve años. Su capacidad de trabajo fue tal que pudo dedicarse a múltiples actividades sin transgredir la estricta disciplina de la Orden. No faltó nunca a sus prácticas espirituales, ni dejó de cantar un solo día en el coro. A pesar de todas sus ocupaciones, tampoco interrumpió su producción literaria en los veintisiete años que permaneció ne el convento.

La musa no desaprovechaba un solo momento, ni en sus horas de sueño, pues de noche, dormida solo en apariencia, ponía a trabajar su imaginación y su mente. Según ella, descansaba cambiando una actividad por otra, aparte de su vocación fundamental que fue la intelectual, y sus deberes religiosos, tuvo otras aficiones como la pintura y la composición musical. Retrató a la condesa de Paredes e hizo su propio autorretrato al óleo, y en cuanto a sus dotes musicales, escribió su Tratado y compuso la música de sus cantables, villancicos y demás composiciones corales.

Algo muy grave de carácter verdaderamente trágico tuvo que pasar en el alma de Sor Juana que justifique el total y definitivo cambio en su vida a partir de su obra Respuesta a Sor Filotea, ya que después de ella, la escritora se eclipsa totalmente, Sor Juana vivirá solo cuatro años mas. De manera simultánea a esta crisis intelectual se opera en su ánimo otra más intensa que es el derrumbe moral de todos sus sueños, el arzobispo Aguilar y Seijas la conmina a deshacerse de su biblioteca conformada con mas de 4000 volúmenes, instrumentos y mapas, para obtener limosnas con su venta.

Por lo general, la vida de los habitantes de la Nueva España, en la tranquilidad, en la pobreza o en la opulencia, estaba en todas sus acciones o sus pasiones el sentimiento religioso. Los toque de las campanas regulaban la vida diaria y, cuando variaban, era porque anunciaban la presencia de lo extraordinario, de la bendición o la catástrofe. El año de 1691 fue uno de los mas negros en la historia del virreinato. La vida de los novohispanos se había hecho mas severa bajo la rígida férula episcopal de Francisco de Aguilar y Seijas, el arzobispo de México.

Años difíciles, de hambre, miseria y enfermedad. La gente moría de pobreza en plena calle. Acontecimientos trágicos ocurridos en esta época tuvieron repercusiones dentro de los muros del convento de San Jerónimo y la salud de Sor Juana, minada ya por varias enfermedades, se había agravado por la sucesión de tantos desastres.

Una epidemia empezaría a hacer estragos en el convento, Sor Juana desplegaría una extraordinaria actividad empeñándose en atender de día y de noche a cuantas religiosas caían enfermas, exponiéndose continuamente al contagio. Se entregaba a su tarea con gran ímpetu, cuando se le ordenó aislarse de las enfermas, ya era tarde; Sor Juana se había contagiado.

Cuando las campanas anunciaron su fallecimiento, el luto fue general. Sor Juana Inés de la Cruz murió el 17 de Abril de 1695.

Las honras fúnebres se celebraron en medio de un despliegue de rito y pompa. Asistieron todas las personalidades notables de la ciudad; los virreyes el conde y la condesa de Galve, el arzobispo Aguiar y Seijas, las religiosas del convento de Santa Clara, los jesuitas de San Pablo y San Pedro, los dominicos y franciscanos, las Agustinas, las Carmelitas Descalzas, etc.

Sus restos se sepultaron en el mismo convento, en donde se conservan hasta la fecha, igual que un retrato, y algunos manuscritos.

 

 

SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ

GLORIA DE LAS LETRAS

MARCELA ALTAMIRANO